Grupo Asobe: ÁGUEDA

lunes, 25 de febrero de 2008

ÁGUEDA

El espejo reflejaba un cuerpo esbelto; desnudo y decaído. Un rostro empapado de tristeza y exhausto. Una piel blanca, incluso más que la nieve. Una imagen pobre y triste ante las desgracias del amor.
Águeda se contemplaba con asco. Giraba y se volvía a mirar . No era perfecta, aquello estaba claro, tenía un cuerpo desaliñado y poco cuidado, indefenso y decaído, como las ramas secas de un pobre árbol, pero al igual que éste recupera su color y sus flores en primavera, Águeda podía cambiar su rostro con tan sólo un soplo de aire cálido,
Sí, su fea imagen era causa de su penosa vida, atrapada entre aquellas cuatro paredes húmedas.
“¿Habrá en mi vida un final feliz?” se preguntaba a menudo
_ Águeda_ le decía su hermana_ los finales felices son para princesas...
Y entonces la pobre muchacha suspiraba tristemente y se volvía para contemplarse en el espejo de la entrada.
Ay! Cómo ansiaba la libertad, y ésta se desvanecía como polvo llevado por el viento. Deseaba levantarse algún día y despertar en el paraíso, pero ese día nunca llegaba.
Mientras su madre y su hermana conversaban alegremente, Águeda miraba tras la fría ventana, daba igual si hiciese calor, ya todo parecía congelado y frío. Su familia la quería, “pero no lo suficiente” pensaba Águeda, quien, tras levantarse del sofá, sonreía como para que le dieran permiso para poderse retirar.
_ Hay... hija mía, ¿Cuándo te vas a casar?_ le preguntaba su madre_ ya te estás haciendo vieja…

Todos los días veía a su hermana con su futuro marido el abogado. Luisa la miraba apenada y a la misma vez con indiferencia, sin embargo, el abogado, un extranjero alemán bastante atractivo llamado Johannes, le sonreía con alegría.
Así era su relación con el abogado: una alegre sonrisa fingida. Pero tras aquello, Águeda rompía a llorar.
No podríamos decir que Johannes fuera su razón de ser, pero ella le amaba.
¿Qué había visto en su hermana Luisa? De acuerdo, era muy linda y bella, pero solo era eso, estética, debajo de aquella piel suave se escondía un carácter penoso e insoportable, duro como las rocas y frío como el hielo.
En sus noches tristes, como eran todas, Águeda escribía una y otra vez cómo se sentía:
“Beberé en copas de amatista para no perder el control de mi cuerpo y mi conciencia, pero beberé hasta saciar lo que no hay dentro de mí. Tomaré como ejemplo aquello que nunca se vio para poder explicar qué es lo que exactamente me aturde y me despista de mi rutina diaria.
A la distancia de filos de hojas verdes me encuentro de la miseria; miseria que jamás dejó de existir en ningún momento, sólo que se esconde detrás de mí, y este es el momento de dejarlo ver.
Suspiro; los segundos del reloj siguen su curso, y sin embargo mi vida se ha paralizado por completo. Una estatua frágil es mi cuerpo, a punto de romper y resquebrajarse en miles de pedazitos sin poder volver a juntarlos y reconstruirlos.”

Laura Martinez.

Sé que tiene sensación de no estar acabada, pero es que este relato era muy largo, y en una sola actualización se haría pesada..

3 comentarios:

Mefistófeles dijo...

Me hizo recordar a Ana Karenina, con la sensación de una vacuedad inmensa, un vacío con resignación.
La única diferencia es que Ana Karenina tenía marido, una vida correcta, un amante apasionado...
Quizás, ero lo mejor haber puesto la cabeza en la línea del tren.
Buen cuento, me hubiera gustado leer la versión "extendida"

Saludos y Abrazos.

Matías Irarrázabal dijo...

la frustracion de una mujer que su unico fin en la vida es casarse...tambien coincido que la proxima publicacion tiene que ser extendida de la misma historia

suena interesante ambientaliza una epoca

saludos cordiales

*GeRi* dijo...

Me encanta como escribis.. siempre regreso al blog esperando leer de ti.

Saludos.

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