Grupo Asobe: Pisen el freno antes que sea demasiado tarde...

viernes, 7 de marzo de 2008

Pisen el freno antes que sea demasiado tarde...


En la edición de hoy de El Mercurio, se publicó el siguiente artículo escrito por Cristian Warnken, conocido conductor de un programa de tv de conversación inteligente. Él perdió hace muy poco a su hijo menor en un accidente doméstico. Este texto refleja la capacidad del ser humano de salir adelante ante la adversidad y de la manera que podemos transmitir nuestras experiencia al próximo.



A ti


Texto de Cristián Warnken


El Mercurio, Jueves 06 de Marzo de 2008


A ti que lees estas líneas, que estás bajando por una de las tantas autopistas
de la ciudad en esta mañana de marzo o, tal vez, estás en un vagón del Metro -
con la mirada extraviada, como todos los que viajan a esta hora-, o paladeas el
primer café y recorres distraído las páginas de este diario, buscando algo que
no sabes qué es. A ti, que llevas a tus hijos al colegio y que acabas de no
escuchar una pregunta que te hizo tu hija más pequeña, porque estabas
pensando en otra cosa. A ti, que acabas de salir de la ducha y te ves un
instante en el espejo. A ti, que pasas rápido a mi lado y casi me empujas y no
me ves. A ti, que -con apenas 18 años- te levantas con el tedio pegado en el
alma y te enchufas al computador para no abrir la ventana de tu pieza que da al
jardín. A ti, que miras a tu marido todavía dormir a tu lado, y ves su nuca y su
piel gastada, y sientes en el centro de tu pecho un hueco, la sensación de un
cansancio del que quisieras huir a miles de kilómetros de ahí. A ti, que estás
comprando el pan sin emocionarte con su olor y su temperatura. A ti, que
entraste al cajero automático y descubriste que el saldo de tu cuenta era
negativo, y sientes miedo, rabia, angustia. A ti, que acabas de dejar a tu niño
en la sala cuna y te fuiste sin cantarle esa canción "que a él tanto le gusta". A ti,
que acabas de entrar en la oficina y te dispones a iniciar un día igual a todos
los días, trabajando sin amor por lo que haces, como pieza de un engranaje
que te devora.
A ti quiero agarrarte de la solapa, del brazo -con respeto, pero con fuerza-, a ti
quiero detenerte en tu carrera loca y decirte lo que tal vez nadie te ha dicho
nunca, porque no se enseña en los colegios ni aparece en los diarios. Yo no
soy nadie para quitarte cinco minutos de tu atiborrada y desesperada agenda,
soy uno más entre los millones que bajan esta mañana a comenzar un día más
en la ciudad. Entonces, ¿por qué habrías de desconectarte de tu "iPod" o
apagar tu celular para escucharme? Pensarás acaso que soy un predicador
más, un vendedor de seguros, o alguien que quiere robarte a plena luz del día.
Sé que me mirarás con recelo, con molestia, con desconfianza.
A ti, que me oyes pendiente de tu reloj, quiero decirte, antes de que
desaparezcas devorado por la multitud: "El hombre es desgraciado porque no
sabe que es feliz. ¡Eso es todo! Si cualquiera llega a descubrirlo, será feliz de
inmediato, en ese mismo minuto. Todo es bueno".
¿Y eso era todo? -me dirás-. Sí, y te digo: todo lo demás, fuera de eso, es
nada.
Si te he agarrado de la solapa y te he abordado a esta hora de la mañana de
este jueves que escribo es para decirte que eres feliz y no lo sabes. Y que eso
que te dije lo dijo una vez un hombre como tú, que se llamó Dostoyevski. Y yo,
¿quién soy para hablarte así, para entrar en tu privacidad y leerte la cita de un
ruso que no conoces? Yo soy el muerto. Yo estoy muerto, tú estás vivo.
¿Muerto tú? -me dirás-. ¡Pero si puedo tocarte y verte y oírte!
Sí, pero estoy muerto. Yo me levantaba en las mañanas como tú, prendía la
radio como tú, paladeaba un café como tú, miraba distraído las primeras nubes
en el cielo, y llevaba a mi hijo al jardín, y no sabía que era feliz, que estaba
vivo. No lo sabía, como tú no lo sabes, como no lo saben tantos que no pisan
con placer las primeras hojas del otoño, que no se detienen a ver los primeros
rayos de luz colarse por la ventana para entibiar la piel del o la que duerme
todavía a tu lado.
Pero esto, en realidad, no me lo enseñó Dostoyevksi, sino mi pequeño hijo
Clemente, un niño como millones de niños que en este momento son llevados
al colegio, un niño que me hizo una pregunta que no escuché una mañana de
un jueves como hoy. ¡Eres feliz y no lo sabes! Eso es lo que enseñan los niños
que mueren, eso lo aprendemos de un golpe los que morimos con ellos, eso es
lo que los vivos como tú no pueden escuchar.
Un abrazo
Pau

1 comentarios:

Paulina dijo...

Muy realista el escrito, creo q a todos nos deja reflexionando sobre la vida y nos hace reflejarnos cómo somos los humanos, cómo nos quejamos de "llenos", teniendo una buena calidad de vida pero con esa ambición q a veces se nos sale por los poros, lamentablemente.
Leí tb. la columna q escribió sobre la muerte de su hijo hace algunos días dp. de su muerte, escribe excelentemente bien, además de estar con el dolor ahí, tan latente.
Saludos!!

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